Aprender a esperar los tiempos de aprendizaje de nuestros hijos/as con síndrome de Down

Porque algo nos lleve más tiempo que a otros, no significa que no podamos lograrlo.

El nacimiento de un hijo es un suceso tan significativo que resulta difícil de imaginar que sea afectivamente equiparable a cualquier otra experiencia vital. Nuevos desafíos, inquietudes y cambios se avecinan, posiblemente un tanto más movilizantes si la llegada de este hijo es también la puerta de entrada al mundo de la discapacidad. 

El prefijo “dis”, ya marca por definición una contrariedad, algo negativo y sí, seamos sinceros, lo diferente muchas veces asusta. Pero no se debe pasar por alto que la diversidad es una característica inherente a la condición humana, y justamente desde allí es que resulta lógico que el repertorio de emociones, pensamientos y reacciones sea un arco iris lleno de colores y matices. 

El hecho mismo de experimentar un monto variable de estrés ante lo desconocido, es referido a diario por muchos padres como una regla más que como una excepción. Dicha variabilidad se puede vincular a la historia y características personales de cada progenitor o del ambiente, del propio hijo y hasta del proceso de crianza en sí a lo largo de toda la vida. Se pueden sumar factores tales como las expectativas de desarrollo y de desempeño del hijo, el deseo de una genuina inclusión.

En este camino, surgen claros interrogantes: “¿cuándo hablará?, ¿tendrá amigos?, ¿podrá trabajar?”, y acciones concretas son requeridas. Es así que muchas veces los padres postergan o renuncian a oportunidades de éxito laboral, a salidas y encuentros sociales, a momentos y actividades de reflexión personal en pos de acompañar y brindar a sus hijos una adecuada estimulación. Parecería existir un desbalance entre el “querer ser” y el “deber ser”.

El afán de lo urgente determina que se pierda de vista lo importante, y hasta es posible que la línea que divide la actitud de protección y la sobreprotección en la crianza se torne débil y borrosa.  Es aquí donde debemos poner un alto, respirar profundo y resignificar. Se requiere para ello, sin duda, de mucha templanza, flexibilidad y capacidad de adaptación.

En algunas ocasiones, los logros esperados se demoran un poco más de lo previsto; en otras, los esfuerzos parecen desmedidos, y los sentimientos de derrotismo y frustración se exacerban. Acompañar y esperar, tolerar y aceptar, resulta fácil de teorizar pero sabemos que en la práctica es difícil de ejecutar.

Un recurso, y no receta -porque las recetas mágicas no existen-, es tener la convicción de que todo esfuerzo tiene sus frutos. Recordar que poder mediar, modelar, brindar apoyos graduados no invasivos ni masivos, no sólo determina efectos sumamente positivos en los hijos, tales como mayores y mejores recursos de afrontamiento, niveles autoconfianza y de autoestima, sino que disminuye los niveles de sobrecarga parental.

Cuando se tienen metas claras, las acciones conjuntas, a su ritmo y forma, confluyen, se potencian y ejecutan. Formar redes, priorizar la comunicación y tolerar la incertidumbre emergen como pilares firmes.

Por Florencia Vázquez, Lic. en Psicología

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